05) Ética de tubos **Profe invitada: Juana Castro** (Abierto hasta el 18 de Diciembre)

Estimados y estimadas: Hemos estado trabajando para darles una sorpresa y ha llegado el momento de compartirla con ustedes. Este semestre, como parte de nuestro esfuerzo por renovar y mejorar el Programa de Formación en ética y valores ciudadanos, tenemos como invitados a varios profesores que nos acompañarán en la elaboración de algunos de los cursos. Cada uno de ellos tiene una gran experticia y conocimiento en su área de trabajo, razón por la que nos alegra mucho contar con su apoyo. No nos cabe duda que, para todos, será una experiencia llena de aprendizajes. 

Pd. En cada ocasión que tengamos un profesor invitado, podrán encontrar en el costado derecho del curso una breve biografía de ellos. No dejen de revisarla y conocerlos. ****

Así que, sin más, los dejamos con nuestra primera invitada: Juana Castro. 

Hola a todos los beneficiarios de la fundación. Algunos de ustedes ya me conocían y tuve el placer de conocerlos. Hoy estoy muy feliz de que me hayan invitado una vez más a participar en esta plataforma y poder compartir algunas cosas con ustedes para luego poder leerlos de nuevo! Espero todo vaya muy bien para todos ustedes.

Como algunos ya lo saben en los últimos años he dedicado mi investigación al estudio del comportamiento humano desde diferentes disciplinas; por qué nos comportamos como nos comportamos, por qué cooperamos, con quién cooperamos y en qué contextos lo hacemos. En esta ocasión más que un contenido académico quisiera compartir un cuento que encontré y que me hizo reflexionar sobre el significado mismo de ser humano. Espero que les guste y aprovecho para mandarles un gran abrazo =)

Me despido con esta cita de la filósofa Marina García que me gustó mucho y a propósito de este curso me parece muy relevante:

“¿De qué nos sirve poder acceder a lecturas, cursos *online,* documentales
e informaciones si no podemos relacionarnos con ellos? Lo que nos falla hoy
no es tanto la posibilidad potencial de acceso al saber como *la
posibilidad real de saber con sentido*. De ahí la falta de autonomía:
podemos llegar a saber muchas cosas y a dominar múltiples competencias,
pero no constituyen verdadera experiencia ni comprensión del mundo”.


Instrucciones del curso: 

1) En la parte de abajo encontrarán el texto de Slawomir Mrozek: Una historia breve, pero entera. 

2) Una vez hayan leído el texto, pueden dirigirse a nuestra sección de ejercicios, donde encontrarán la pregunta que Juana nos dejó. 


 

Los tubos han existido siempre, al principio sólo los naturales, como el bambú, los vasos sanguíneos o los intestinos; la corteza terrestre, por su parte, hacía mucho que abundaba en ríos subterráneos y conductos por los que corría la lava volcánica. Después la civilización creó sus propios tubos, imitando a la naturaleza. Conductos de agua y de desagües, telescopios y microscopios, cánulas de laboratorio; en pocas palabras, tubos de distinta especie, algunos muy complicados.

Así que había tubos que conducían unos esto, otros aquello, cada uno a su manera. Hasta que un día un tubo creó la teoría de los tubos. Aún hoy en día no se sabe para qué servía esa teoría, aunque este «para qué» parece fuera de lugar, ya que las teorías surgen, más que por la necesidad, por la posibilidad. No porque deban surgir, sino porque pueden hacerlo. La creación en el campo intelectual parece imitar a la naturaleza, que más bien hace todo lo que se puede hacer y no sólo aquello que podría servir para algo. De modo que surgió la teoría del tubo, y es difícil cuestionarla desde el punto de vista de la finalidad y la utilidad.

Pues bien, aquel tubo decidió poner orden en la inmensa diversidad de tubos, es decir, determinar la esencia del tubo, un tubo ideal, un ideal del tubo al que todos los tubos pudieran referirse. Decidió descubrir ese algo que hacía que un tubo fuera un tubo y no un no-tubo. Por supuesto, referirse significa reducir, es decir, rechazar todo aquello que hay de casual en cada tubo y dejar sólo aquello sin lo cual un tubo deja de ser un tubo.

Tras muchos años de intenso trabajo, llegó a la conclusión de que la esencia del tubo es el agujero.

El descubrimiento tuvo una enorme importancia y significó una revolución en el mundo de los tubos. Sobre todo permitió a los tubos lo que en el idioma de los tubos franceses se llama prendre la conscience de soi-même, y que traducido a nuestro idioma suena algo menos fino: «la toma de conciencia de sí mismo». (Así que aconsejo más bien la versión francesa.) Y es que hasta entonces no todos los tubos sabían que eran tubos. Por supuesto, aquí o allá había algún tubo avanzado que sabía que era un tubo. Sin embargo, faltaba el ideal universal de tubo, un criterio lo bastante evidente como para que cualquier tubo, hasta el más simple, pudiera entenderlo al instante, asimilarlo y comprender por ello, al fin, qué era: esto es, un tubo. Hasta entonces, la mayoría de los tubos habían vivido inconscientes de su condición de tubo; a partir de ahora, esta desagradable inconsciencia se había acabado de una vez por todas. Es más, al tomar conciencia de ser tubo, el tubo dejaba de ser sólo tubo. Desde entonces, llamarse tubo se convirtió en algo que llenaba de orgullo, puesto que el tubo sabía que no era sólo un tubo hecho de un material u otro que hacía de conductor de esto o aquello. Desde entonces sabía que había en él algo más que forma, peso y tamaño. Ahora cada tubo ya sabía que había en él un concepto superior, no material, algo inasible y sin embargo esencial, algo que no sólo hacía que un tubo fuera un tubo, sino que también lo liberaba de su aislamiento, algo que, común a todos los tubos, permitía cambiar cualquier tubo por otro tubo y unificaba a todos los tubos en una identidad común. Ese algo era el agujero.

Por esta razón hubo mucha alegría entre los tubos, hasta que empezaron los problemas.

Resultó que otros tubos continuaron el trabajo iniciado por aquel tubo descubridor del agujero y llevaron el razonamiento más allá del punto en que aquel tubo lo había dejado. Lo llevaron a la etapa siguiente, es decir, a una conclusión tan irrefutable como la tesis según la cual el agujero es la esencia de los tubos. «Puesto que el agujero, siempre el mismo e idéntico —demostró otro tubo memorable—, es lo que constituye la esencia del tubo, entonces todos los tubos son iguales y ningún tubo es mejor que otro tubo en relación con el agujero.»

Este segundo descubrimiento fue tan colosal como el primero. Puesto que resultó, más allá de cualquier duda, que en el fondo, es decir, en lo esencial, un telescopio no se diferenciaba en nada de una manguera y una manguera de una estilográfica, una estilográfica de una tripa de cordero y ésta, a su vez, de un fluorescente. Y como la teoría sin la práctica no es nada, siguiendo la voz de la verdad, se empezó a iluminar las casas y las calles con tripa de cordero, a llenar las mangueras de tinta, y los telescopios (habiéndoles sacado las lentes) se instalaron en las pilas en calidad de tubos de desagüe. Al mismo tiempo continuaron las discusiones, pues el intelecto, habiéndose puesto a trabajar, ya no tenía ninguna intención de limitarse y, mucho menos, de ir a la zaga de los acontecimientos.

Así que apareció una jerarquía à rebours, es decir, también jerarquía, pero a la inversa. Y todo a causa de una argumentación irrefutable, según la cual si el agujero es un ideal, el tubo que esté más cerca de este ideal es el mejor. Cuantos menos añadidos y complicaciones haya alrededor del agujero, tanto más noble es el tubo. Y como los que más se aproximaban a este ideal eran los tubos de cloaca, fueron precisamente ellos los que empezaron a conquistar la supremacía moral, estética, ética, ontológica y en general en todos los sentidos. Los tubos más complicados empezaron a avergonzarse de su complicación, y a menudo se podía ver, por ejemplo, un tubo de Wittgenstein y Dropps (un aparato para la investigación científica en el campo de la física nuclear, instrumento muy especializado) que, agazapado en un rincón, se justificaba avergonzado: «No soy de Wittgenstein y Dropps, soy de cloaca.»

Sin embargo, la aproximación al ideal entendido demasiado al pie de la letra empezó a suponer un peligro. Porque si el agujero como tal significaba el ideal, entonces incluso entre los tubos de cloaca existían unas diferencias inquietantes. Cuanto más corto era un tubo, más próximo estaba al ideal. Algunos tubos simplemente se cortaban para, de esta manera, parecerse más al agujero en sí mismo. Empezaron a aparecer unos tubos tan cortos que se parecían más a un anillo que a un tubo, y surgía la cuestión de si aún se los podía considerar tubos. Era una cuestión ideológicamente ambigua, porque al fin y al cabo ésos tubos más cortos eran los que más se parecían al agujero an sich, por lo que precisamente ellos debían ser más tubos que los demás, y sin embargo era como si ya no lo fueran. Paradoja que era preciso superar.

Tras numerosos debates se estableció que un tubo es un agujero más una entrada y una salida, o bien sólo una entrada y una salida. Es decir, un agujero pero gordo. Ahora bien, ¿cómo de gordo? Ésa era la clave de la cuestión. Un tubo demasiado corto se aproximaba peligrosamente a un «anillo negativo», un tubo demasiado largo, al infinito. En ambos casos, no se sabía dónde tenía semejante tubo la entrada y la salida, o bien la salida y la entrada. (Como podemos observar, el centro de atención pasó del agujero —por lo demás, un dogma ya irrebatible a partir de entonces—, no tanto a la cuestión en el grosor del agujero, incluido también en el dogma, como a la cuestión del acierto en el grosor de este agujero.) Así pues, ¿qué longitud debe tener un tubo?

Respuesta: un tubo no tiene que ser ni demasiado largo ni demasiado corto, sino mediano, debe tener su justa medida.

Entonces se midió el largo de cada tubo por separado, se sumaron los resultados, la suma se dividió por la cantidad de tubos y así se llegó a un promedio. A partir de entonces, ningún tubo podía ser ni más largo ni más corto que ese promedio.

Todo estaba claro con respecto a los tubos más largos que el promedio. Éstos se podían cortar. Pero, ¿qué hacer con los tubos que eran más cortos que el promedio? Ahora aquellos tubos que antaño se habían cortado para acercarse al ideal se encontraban en una situación incómoda. No eran demasiado largos, pero sí demasiado cortos.

La solución final estaba a la vuelta de la esquina. Puesto que desde hacía mucho tiempo ya no tenía importancia para qué servía cada tubo, e incluso se había llegado a olvidar que los tubos sirvieran para algo, el tubo individual no tenía ningún sentido. La existencia de los tubos separados era un anacronismo, un obstáculo en el inevitable y lógico desarrollo del tubo. De modo que los días de este ente estaban ya, y con toda razón, contados.

Todos los tubos se acoplaron por sus extremos, se soldaron y nació un único y gran tubo cósmico.

 



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